Autopublicados, Romance y erótica

Bajo las luces de Sweetcelular: entre la ilusión y el desconcierto

¡Hola! Hoy vengo con una historia contemporánea romántica con algunos tintes de crítica social. Hay novelas que se disfrazan de historias sencillas y terminan revelando una inquietante complejidad.

Dulce llamada, de Rebeca Santos, autopublicada, pertenece a esa clase de obras que se resisten a una única etiqueta. Lo que en apariencia empieza como una narración cotidiana sobre el primer empleo de una joven insegura pronto se transforma en un relato de tensiones, giros imprevistos y miradas que esconden más de lo que dicen.

Alicia, la protagonista, inicia su andadura en la empresa Sweetcelular con la mezcla habitual de miedo e ilusión que acompaña a cualquier comienzo laboral. La narración en primera persona nos sitúa dentro de su mente, un espacio donde las inseguridades resuenan con autenticidad y donde el desconcierto crece a medida que lo hace su comprensión del entorno. Rebeca Santos construye con acierto ese primer día de trabajo en el que la protagonista se enfrenta a un universo aparentemente banal que, poco a poco, se revela como un escenario cuidadosamente manipulado.

Sweetcelular no es solo una empresa, es un microcosmos del mundo laboral contemporáneo, con sus sonrisas impostadas, normas cambiantes y jerarquías difusas. Lo cotidiano se convierte en una amenaza sutil y la autora consigue que el lector experimente esa sensación de inquietud que se filtra a través de los pasillos, en los gestos medidos y en las conversaciones a media voz. La atmósfera recuerda a esas narraciones donde el entorno corporativo se convierte en un espejo de la alienación moderna: un lugar donde el individuo se diluye entre la cortesía y la competencia.

A lo largo de la novela, Rebeca Santos juega con el desconcierto del lector. Los giros argumentales, particularmente uno que tiene lugar en la primera parte y otro hacia el desenlace, reconfiguran la lectura y rompen con las expectativas del género romántico. En este sentido, Dulce llamada podríamos inscribirla en el subgénero de romantic suspense, aunque con un pie firmemente asentado en la crítica social. La autora explora la manipulación, la precariedad y la fragilidad emocional de quienes buscan su lugar en un mundo que promete oportunidades pero ofrece laberintos.

El mayor logro de la novela radica bajo mi punto de vista en la construcción de Alicia, la protagonista. Lejos de ser una heroína idealizada, es una joven reconocible, vulnerable, a veces ingenua, cuya voz transmite la confusión y el deseo de pertenencia de toda una generación marcada por la incertidumbre laboral. Su mirada, a ratos lírica y a ratos desolada, es el hilo conductor que mantiene la tensión incluso cuando el argumento se dispersa entre subtramas y personajes secundarios. Es uno de esos personajes que te permite empatizar. Alicia es, en cierto modo, un espejo de nuestras primeras experiencias laborales. Todos hemos sido Alicia alguna vez, enfrentándonos a la realidad que desmonta nuestras expectativas.

Rebeca Santos dota a los personajes que rodean a la protagonista de una peculiar ambigüedad. Son figuras que se mueven entre lo amable y lo inquietante, lo cómico y lo cruel. Algunos se convierten en aliados inesperados; otros en proyecciones de los miedos más profundos de Alicia. Los trabajadores de Sweetcelular cumplen una función narrativa esencial: es a través de ellos que la autora articula su crítica a las dinámicas laborales tóxicas, al machismo cotidiano y a la fragilidad emocional que emerge en los entornos competitivos. Leyendo la novela no he podido estar más de acuerdo. Creo que todas podemos contar alguna anécdota que se asemeja bastante a las interacciones que ha tenido Alicia con estos compañeros y jefes.

No obstante, hay un aspecto que provoca algunas sombras en esta historia. Hablo del ritmo narrativo. La autora apuesta por una estructura que crece en intensidad conforme avanza la trama, pero esto hace que sea difícil conectar con la primera parte. En mi experiencia personal, Dulce llamada tarda en encontrar su tono. El arranque parece querer abarcar demasiados temas en poco espacio: la precariedad laboral, el descubrimiento del amor, la amistad, los traumas personales, las sombras de la empresa y un misterio latente. Este deseo de multiplicar las capas, con muy buena intención y que aporta cuerpo a la historia, termina por saturar el ritmo, incluso dificultando que el lector se asiente emocionalmente en la historia.

Sin embargo, a partir de la mitad, la narración gana fluidez. Los giros se asientan, las piezas encajan y el tono se vuelve más uniforme. Es entonces cuando el relato encuentra su mejor forma: la mezcla de romance y tensión psicológica se equilibra. En ese momento es cuando me puede dejar arrastrar por una sucesión de escenas que, aunque a veces rozan lo surrealista, mantienen una energía constante. Algunas de esas secuencias, imprevisibles y casi oníricas, pueden desconcertar, pero también ofrecen un respiro, un espacio donde la ironía y el humor suavizan el dramatismo del conjunto.

Uno de los elementos más interesantes de la novela es la manera en que plantea la figura masculina. Sin revelar detalles que arruinen la lectura, me gustaría destacar que la autora utiliza ciertos personajes, algunos profundamente machistas, otros más idealizados, para cuestionar las dinámicas de poder en las relaciones sentimentales. Dulce llamada no solo muestra cómo el amor puede ser refugio, sino también espejo de las estructuras patriarcales que lo condicionan.

Alicia, al enfrentarse a esas figuras masculinas, se enfrenta en realidad a su propia concepción del amor y a los límites de lo que está dispuesta a tolerar. Algo que, como digo, es muy habitual en la vida laboral y romántica femenina. Creo que hablo por muchas cuando digo que la gran mayoría hemos tenido ese “evento canónico” de permitir algunas conductas, sobre todo cuando se trata en el ámbito empresarial cuando acabamos de empezar.

Esa tensión entre dependencia emocional y búsqueda de autonomía atraviesa toda la novela. En sus mejores momentos, Rebeca Santos logra convertir lo romántico en un espacio de reflexión sobre la identidad y la dignidad personal. Aunque la historia contiene elementos de insta-love, ese amor que surge de forma inmediata y que puede parecer ingenuo, la autora los reviste de una emoción sincera que, en lugar de restar verosimilitud, aporta un tono de ensoñación que encaja bien con la voz narrativa.

El estilo de Rebeca Santos es directo, ágil y visual. Sus descripciones, a veces detalladas en exceso, generan imágenes potentes, casi cinematográficas: los escenarios, desde los despachos impersonales de Sweetcelular hasta los paisajes de Cantabria o las calles de París, se perciben como escenarios en los que la protagonista interpreta su propio papel dentro de una función mayor. De hecho, la sensación de que “todo está ensayado”, que alguien dirige la historia desde fuera, añade una capa de inquietud casi metaficcional.

A pesar de ciertos desequilibrios narrativos, Dulce llamada se sostiene por su capacidad de emocionar. Hay pasajes que conmueven por su sencillez, momentos donde la autora abandona el artificio del suspense para dejar hablar a la fragilidad humana. En ellos, la escritura de Rebeca Santos se muestra más honesta, más desnuda, y es allí donde la novela alcanza su verdadera madurez literaria.

En última instancia, esta es una obra sobre la búsqueda de identidad en un mundo que parece diseñado para confundirnos. Alicia podría ser cualquiera: una mujer que intenta hacerse un hueco, que tropieza, que ama, que se equivoca y que aprende a mirarse sin miedo. Dulce llamada invita al lector a preguntarse cuánto de su propia vida está también coreografiado, cuánto de su libertad depende de las miradas ajenas.

Rebeca Santos no se conforma con contar una historia de amor. Su propuesta se arriesga al cruzar géneros, romance, thriller, drama psicológico, y en esa mezcla reside tanto su encanto como su fragilidad. Quien busque una lectura ligera, de ritmo rápido y emoción inmediata, encontrará aquí una buena opción para intercalar entre obras más densas. Quien, en cambio, espere una trama de precisión quirúrgica y equilibrio estructural, puede que sienta, como yo, que la autora ha querido contar demasiado en poco espacio. Pero incluso esa ambición tiene su mérito: pocas novelas autopublicadas se atreven a experimentar con tantas capas de lectura.

Dulce llamada es bajo mi punto de vista una novela imperfecta pero valiente. Una historia que desconcierta y a veces abruma, pero que también logra emocionar, reflexionar y, sobre todo, sorprender. Bajo la superficie de su aparente dulzura, late una pregunta incómoda sobre el poder, la vulnerabilidad y la máscara que todos llevamos en el trabajo y en el amor.

Quiero agradecer a Rebeca Santos la oportunidad de leer su novela y espero que, aunque esta historia tenga un final cerrado, tengamos la oportunidad de seguir conociendo su trabajo en otras narraciones y otros géneros.

Hasta aquí mi análisis. Si os ha llamado la atención, podéis comprar la novela AQUÍ.

Os espero por Instagram para poder comentar la reseña. Yo me despido ya, nos leemos pronto.