Los votos de ternura esférica - librosporvivir
Autopublicados, Poesía

La ternura como justicia

A veces llega un libro que no busca deslumbrar, sino acompañar. Los votos de ternura esférica, el primer poemario de Elena Krause, publicado por la editorial Cuadranta, es de esos que se leen despacio, que se quedan resonando mucho después de cerrarlos. Treinta poemas de amor y uno de desesperanza que terminan componiendo una suerte de mapa interior del afecto, la pérdida y la conciencia del mundo.

¡Hola! No es muy habitual en este blog hablar de poesía, pero este libro merece un hueco y merece que los lectores le den una oportunidad. Hay libros que llegan como una brisa inesperada y, sin embargo, se quedan como un perfume. Los votos de ternura esférica pertenece a esa clase de apariciones: discretas, casi silenciosas, pero imposibles de pasar por alto una vez que se las ha leído.

Treinta poemas de amor y un texto de desesperanza, así se presenta esta obra, pero bajo esa aparente sencillez se esconde una arquitectura poética de notable madurez. No parece el debut de alguien que escribe por primera vez, sino la primera piedra visible de una trayectoria que llevaba tiempo gestándose en la sombra. Elena Krause, nacida en Alemania en 1971 y criada entre Zamora, Valladolid y Valencia, es una autora que arrastra una formación en Humanidades Ecológicas y una larga dedicación al activismo climático y esa mirada ética atraviesa su escritura. En sus versos late una conciencia del mundo, de la fragilidad de la vida y de la belleza como una forma de resistencia.

El libro se abre con una sinopsis que ya contiene en sí misma una poética: “Estos treinta poemas se desprendieron una tarde de diciembre del reino de la contemplación y la metáfora”. Hay en esa imagen algo de ironía, algo de juego, pero también un pacto con el lector: lo que vamos a leer no son meras abstracciones, sino fragmentos que han caído al suelo, que se han sacudido las tildes y las aliteraciones, que se han hecho cuerpo. Los poemas de Elena Krause no flotan: pisan tierra, respiran, laten.

Lo “esférico” del título no es un capricho visual ni un guiño moderno: es la declaración de una forma de mirar. Todo tiende a lo circular, a lo que vuelve, a lo que no tiene aristas. En esa redondez hay ternura, pero también un modo de reconciliación con el dolor, de integración de las heridas.

Desde los primeros textos, la autora muestra un dominio del lenguaje poético que combina la precisión verbal con una musicalidad que no teme el riesgo. Hay sonetos, cuartetas, versos octosílabos y poemas breves que rozan el aforismo, junto a composiciones más extensas que funcionan como plegarias o pequeñas narraciones simbólicas. Esa variedad métrica, lejos de romper la unidad del libro, la enriquece: cada poema parece buscar su respiración natural, su tempo. Lo formal no se impone; se adapta a lo que el poema necesita decir. Y en ese equilibrio entre rigor y libertad reside buena parte del encanto del libro.

No hace falta ser lector habitual de poesía para entrar en Los votos de ternura esférica. Ese es, quizá, uno de sus mayores logros: la accesibilidad emocional de sus textos. Elena Krause escribe desde un lugar de honestidad y claridad expresiva que invita, más que exige. Sus metáforas son densas pero no herméticas; sus imágenes, precisas pero abiertas. Leerla es dejarse llevar por un tono sereno, casi meditativo, en el que la naturaleza, el amor y la melancolía conviven en un mismo plano simbólico. La autora parece entender la palabra poética como una forma de respirar con el mundo, no por encima de él. En su voz hay una suerte de humildad cósmica: una ternura que no se impone, que simplemente se ofrece.

Esa disposición hacia lo natural y lo humano conecta directamente con el prólogo de Julio Díaz, el Prólogo-zaguán, reconocido recientemente con el Premio de Prólogos Mediterráneos Marina Izquierdo 2025. Que un prólogo reciba un premio ya habla de la singularidad del texto, pero también de la sintonía entre prologuista y autora.

Julio Díaz, columnista cordobés con una trayectoria más vinculada al urbanismo, la movilidad y la ecología, se acerca al poemario de Elena Krause con una mirada que no explica, sino que acompaña. Su prólogo, breve y luminoso, actúa como antesala y espejo: no traduce el libro, sino que lo prolonga en otro registro. Es un texto que no pretende abrir las puertas de la comprensión, sino invitar al silencio antes de entrar. En ese gesto de respeto y contención hay una afinidad ética con la autora. Ambos comparten una sensibilidad mediterránea, una conciencia de lo colectivo y una fe en el poder del lenguaje para reconectar con lo esencial.

La estructura del libro tiene algo de viaje interior. A medida que avanzamos, los poemas van dejando atrás la contemplación amorosa para adentrarse en un territorio más sombrío, donde la melancolía se mezcla con una conciencia del tiempo y de la pérdida. La autora no renuncia al lirismo, pero introduce una leve disonancia, una grieta. Es en esa grieta donde el poemario alcanza su punto más alto: el texto final, “Niño herido sin familiares sobrevivientes”. Este últimotexto, dedicado al genocidio en Gaza, desgarra por su contraste con el resto del libro. No es un añadido, ni una nota disonante, sino una consecuencia natural de todo lo anterior. La ternura se radicaliza en compasión, y la esfera amorosa se abre al mundo, a su dolor más insoportable. Elena Krause logra lo que pocos poetas consiguen: hacer convivir la intimidad y la denuncia sin caer en el panfleto ni en la frialdad.

Leer ese poema final después de los treinta anteriores produce una sacudida. Es el momento en que la poesía deja de ser refugio y se convierte en testimonio. Elena Krause pone en palabras lo que tantas veces oímos en las noticias sin poder asimilarlo: el horror cotidiano, la muerte de los niños, la pasividad de un mundo que mira sin actuar. “Niño herido sin familiares sobrevivientes” no es solo un textosobre Gaza; es un reclamo sobre nuestra humanidad herida, sobre lo que hemos consentido colectivamente. Su fuerza radica en la sencillez del lenguaje, en la renuncia al artificio. Cada palabra parece dictada por la necesidad moral de no callar. Y al hacerlo, la autora cierra el círculo: la ternura inicial, que parecía personal, se revela como una forma de amor político, una ética del cuidado extendida al dolor del otro.

Ese tránsito de lo íntimo a lo universal es el corazón del libro. Elena Krause no escribe para sí, aunque parta de la experiencia personal. Su poesía busca una comunión, un punto de encuentro. Los símbolos naturales, el salce, las abejas, las golondrinas, no son meros adornos bucólicos: representan una red viva de interdependencias. En ese sentido, su mirada ecológica impregna la obra de un modo orgánico, sin didactismo. La autora entiende la naturaleza no como escenario, sino como sujeto. Su ternura es una ternura relacional: una manera de situarse en el mundo desde la empatía y la conciencia.

Al cerrar Los votos de ternura esférica, uno tiene la sensación de haber recorrido un espacio redondo, como el título promete. Un espacio en el que el amor, la pérdida, la memoria y la compasión se entrelazan sin jerarquías. La poesía de Elena Krause no necesita gritar para hacerse oír: su voz se impone por su limpieza, por la verdad que transmite. Hay en ella algo de la mejor tradición lírica española, una afinidad lejana con Clara Janés, con Olvido García Valdés, pero también una frescura contemporánea, una respiración distinta, marcada por la sensibilidad ecológica y feminista del presente.

En un panorama poético a menudo saturado de imposturas o de experimentalismo vacío, Los votos de ternura esférica es un recordatorio de lo esencial: que la poesía sigue siendo un acto de ternura y de lucidez. Elena Krause ha entregado un primer libro que, lejos de ser un comienzo tímido, parece el fruto maduro de una larga gestación interior. El hecho de que ese libro venga acompañado por un prólogo premiado, escrito desde la misma complicidad ética y estética, no hace sino reforzar la sensación de que estamos ante una obra que ha nacido en el lugar y el momento justos.

No hace falta saber de poesía para leer este poemario, y eso no es una concesión: es una virtud. Basta con dejarse llevar por su música, por su transparencia y su hondura. Pocos libros consiguen sostener con tanta coherencia el equilibrio entre belleza y verdad. Los votos de ternura esférica no solo canta al amor y a la melancolía; nos recuerda, sobre todo, que la ternura, cuando es plena, cuando es esférica, también puede ser una forma de justicia.

Mil gracias, Elena, por hacerme llegar tu poemario, por compartirlo con el mundo y, sobre todo, gracias por tu ética y tu moral. Gracias por ponernos voz a muchos que estamos hartos de que se silencie este genocidio, que en nuestro mundo se permita y se proteja tal barbarie.

Hasta aquí mi reseña, espero que le deis una oportunidad a Los votos de ternura esférica. Podéis haceros con un ejemplar AQUÍ

Dejo también el Instagram de la autora, que también colabora con distintos medio de comunicación, así que es una buena oportunidad para seguir a una persona comprometida con informar y no con sacar bulos:

@elenavagamunda

Yo me despido ya, nos leemos pronto.